Soltar la herida, de Gina Goldfeder

 


En nuestro último retiro literario tuve la fortuna de conocer a Gina Goldfeder. Desde el primer momento, su presencia me impactó: al presentarse ante el grupo, dijo con una sonrisa que estaba ahí “por obligación”. Confieso que al principio me desconcertó, pero pronto explicó que se refería a una obligación consigo misma: la de regalarse un espacio, de trabajarse, de hacer pausa. En ese momento, y por la fuerza tan luminosa de su personalidad, supe que su libro terminaría siendo importante para mí.

Y no me equivoqué.

Soltar la herida es un libro de no ficción que quizá no habría llegado a mis manos si no fuera por ese encuentro. No suelo acercarme tanto a este tipo de lecturas —a veces siento que los libros sobre heridas emocionales pueden parecer innecesarios... hasta que uno los necesita de verdad. Y así fue: en mayo, cuando atravesaba un reto personal muy complejo, este libro se volvió un salvavidas.

Con apenas 245 páginas, es una lectura breve pero profundamente útil. Parte de una verdad universal: todas cargamos con heridas de la infancia, aunque a veces no las tengamos identificadas. Y si tu primer impulso al leer esto es decir “yo no tengo ninguna”, quizá sea solo porque aún no te ha tocado mirarlas de frente.

Para mí, la salud mental es un tema que me apasiona. Aunque por el ritmo de mi vida no he podido mantenerme en terapia como quisiera, hablar de lo que traemos en la cabeza y el corazón me parece vital. Soltar la herida me acompañó justo cuando no podía concentrarme en nada. Mi mente estaba llena de nudos, pero entre sus páginas encontré claridad, contención y una bella dedicatoria escrita a mano por Gina, que también me sostuvo.

El libro nos guía —con calidez y sin juicios— a reconocer patrones que se repiten en nuestra vida: miedos, inseguridades, soledad, dolor. Todo eso que llevamos arrastrando y que, sin darnos cuenta, se activa cuando menos lo esperamos. La frase que abre el libro fue un faro para mí: la herida como camino.

Gina, desde su experiencia como terapeuta, nos ofrece ejemplos, ejercicios e ideas accesibles para ayudarnos a identificar esas heridas. No pretende sustituir la terapia, pero sí ser una herramienta cercana y práctica para iniciar el camino de sanación. Porque esas heridas marcan nuestras relaciones —con los demás y con nosotras mismas— y solo al nombrarlas podemos empezar a resignificarlas.

La bibliografía que acompaña el libro es amplia y valiosa. Con ella, Gina nos abre la puerta de su consultorio y nos ayuda a perderle el miedo a mirarnos de frente. Nos recuerda esa obligación personal —tan urgente, tan olvidada— de vivir en plenitud, sin importar lo que haya pasado antes.

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