No me cerrarán los labios, de Abia Castillo

 


Hoy quiero recomendarte leer un gran libro que en esta ocasión disfruté en formato digital: No me cerrarán los labios la primera novela de la joven escritora y guionista mexicana Abia Castillo, publicada el año pasado bajo el sello de Penguin Random House, que rescata y hace justicia a una extraordinaria mujer mexicana: Hermila Galindo.

Nacida en 1886 en Durango durante la administración de Porfirio Díaz, Hermila Galindo fue una idealista; una revolucionaria que luego de vivir en Torreón encuentra en la Ciudad de México el lugar en donde ve florecer sus ideales y su pasión por la defensa de los derechos de las mujeres, una gran amante de los libros y la escritura.

Basada en hechos reales, Abia hace una gran apuesta y presenta de manera novelada la vida de esta mujer de la que me alegra mucho haber descubierto su historia, una que alienta y que motiva. No me cerrarán los labios es no nada más un libro bien escrito, es una obra que se vuelve ventana pues nos presenta aspectos históricos que, como semillas, germinan en la mente y el corazón y es que Hermila Galindo fue precursora en muchas cosas: se convirtió en la primera mujer que, en medio de un escenario político en donde predominaban los hombres, se lanza como candidata a una diputación en la ciudad de México con una firme convicción: la lucha por el derecho al voto femenino. Cercana a Venustiano Carranza, Hermila fue impulsora de la Ley del Divorcio y también de la comunicación al dirigir la revista “La mujer moderna” una publicación que vio la luz un 16 de septiembre de 1915 y que ella definió como constitucionalista, anticlerical y sobre todo feminista.

Hermila Galindo fue un espíritu incomprendido por muchos pero que trazó un camino fundamental para el feminismo en México, una mujer que se mantuvo fuerte ante un sinnúmero de complicaciones y de la que hoy en día nos debemos sentir orgullosas. Abia Castillo es una escritora de quien seguramente hablaremos mucho, No me cerrarán los labios es un gran libro.

 “A mis espaldas me llamaban argüendera, amargada, enojona y hasta histérica, pero sus palabras infantiles se me resbalaban como una cucharada de manteca sobre el sartén caliente. El insulto tenía el objetivo de silenciarme y eso no lo permitiría.”

 

 

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